Un prevenible derrame de petrĂłleo en la regiĂłn amazĂłnica de Ecuador en plena pandemia de COVID-19 pone en riesgo la vida de la poblaciĂłn indĂgena.
Manuela Picq y Eduardo Kohn
Publicado originalmente en Aljazeera.com
ÂżQuĂ© deberĂa hacerse en caso de incendio durante un tornado? ÂżSalir del edificio o quedarse adentro? En general, los simulacros de seguridad ante emergencias preparan a la gente para un desastre, no para dos desastres simultáneos que requieren a su vez dos respuestas opuestas. Sin embargo, esto es a lo que se enfrenta la poblaciĂłn indĂgena de Ecuador. Mientras el paĂs lucha contra la pandemia de COVID-19, que está creciendo de manera descontrolada, la regiĂłn amazĂłnica se ha visto afectada por uno de los peores derrames de petrĂłleo de las Ăşltimas dĂ©cadas.
La superposiciĂłn de dos crisis en uno de los lugares de mayor biodiversidad del mundo ha empeorado una situaciĂłn ya de por sĂ grave. Los pueblos amazĂłnicos, cuyas capacidades de distanciamiento social han sido perfeccionadas cruelmente por las epidemias del Viejo Mundo durante siglos, han descubierto repentinamente que el agua, los peces, las presas de caza y las cosechas que les permitirĂan autoaislarse en la selva, están contaminados con petrĂłleo.
La pandemia de COVID-19 ha afectado fuertemente a Ecuador, que cuenta con uno de los nĂşmeros de fatalidades más altos del mundo. No obstante, ningĂşn grupo Ă©tnico del mundo se vio tan afectado como los pueblos indĂgenas. La ONU instĂł a que los paĂses tomen acciones sobre el impacto desproporcionado del COVID-19 en los grupos Ă©tnicos. La Amazonia hizo sonar las alarmas sobre COVID-19 con anticipaciĂłn. Los miembros del pueblo Kichwa, uno de los grupos indĂgenas más afectados por COVID-19 en Ecuador, se estaban autoaislando en sus territorios cuando el petrĂłleo crudo empezĂł a fluir por el rĂo.
El 7 de abril de 2020, un corrimiento de tierras provocĂł la rotura de tres oleoductos sobre el RĂo Coca que resultĂł en el derrame de 15.800 barriles de petrĂłleo crudo en una regiĂłn que sufre el desecho de materiales tĂłxicos de Chevron-Texaco Oil Company desde hace ya mucho tiempo.
El petrĂłleo corriĂł aguas abajo, primero por el RĂo Coca y luego por el RĂo Napo, un afluente del RĂo Amazonas, y finalmente llegĂł hasta PerĂş, provocando la contaminaciĂłn del agua, el suelo, las plantas y la fauna en el camino. Una mañana, los niños volvieron del rĂo llenos de petrĂłleo y, al dĂa siguiente, la pesca del rĂo tenĂa sabor a petrĂłleo. Este es el mayor derrame de petrĂłleo en Ecuador en los Ăşltimos 15 años y afectĂł a 120.000 personas durante el pico de la pandemia.
La rotura era previsible. Los oleoductos pasan por el pie del volcán activo El Reventador, en una zona de mucha actividad sĂsmica donde en 1987 un terremoto destruyo más de 40km de oleoductos. Sin embargo, el gobierno hizo que el terreno ya de por sĂ inestable se volviera más peligroso aĂşn cuando construyĂł la central hidroelĂ©ctrica Coca Codo Sinclair en el año 2016.
El proyecto, un sueño dorado de los años setenta, fue rechazado de plano por no ser factible debido al alto nivel de actividad volcánica en la región. No obstante, el Presidente Rafael Correa reavivó el interés en la central y, finalmente, se construyó una versión aún más grande. El proyecto fue financiado por China que brindó préstamos a ser pagados con petróleo y se vio enredado en escándalos de corrupción desde el principio.
Tal como los cientĂficos medioambientales habĂan previsto, la central desencadenĂł un proceso de fragmentaciĂłn en el rĂo que agravĂł la inestabilidad del suelo, reteniendo sedimentos y provocando que la erosiĂłn avance hacia la cabeza del mismo. En un desastre anunciado, la erosiĂłn fue avanzando rápidamente aguas arriba.
La primera advertencia importante fue en febrero cuando, después de un corrimiento de tierras enorme, desapareció la Cascada San Rafael, la más alta de Ecuador. Sin embargo, no hubo reacción ni de la empresa nacional de petróleo de Ecuador, Petroecuador, ni de las empresas públicas que manejan los oleoductos.
Cuando se rompieron los oleoductos, estas entidades no informaron a las comunidades indĂgenas. Tampoco les ofrecieron adecuada atenciĂłn mĂ©dica ni reparaciĂłn medioambiental. Más aĂşn, la empresa responsable de los oleoductos comunica la provisiĂłn de solamente un vaso de agua por persona por dĂa, una cantidad insignificante comparada con los cuatro galones que se recomiendan en los tiempos de COVID-19.
“Tenemos hambre” es una frase comĂşn en las comunidades afectadas. Dado que ahora el aislamiento en la selva se hizo imposible y que los deficientes suministros de ayuda que reciben son entregados por personas que podrĂan llegar a contaminarlos, los pueblos indĂgenas se volvieron aĂşn más vulnerables al coronavirus.
En respuesta, un conjunto diverso de casi 40 actores está demandando ante la Justicia al gobierno ecuatoriano. Individuos, organizaciones y ONGs están exigiendo medidas de protecciĂłn legal que incluyen compensaciĂłn inmediata tanto medioambiental como social. En una alianza impĂa, las empresas estatales de petrĂłleo y oleoductos comparten el banco de los acusados con los Ministerios de Salud y del Medioambiente. Los acusados niegan toda responsabilidad por el derrame, diciendo que fue un desastre natural impredecible.
El juicio comenzĂł a fines de mayo y se realizĂł a travĂ©s de la plataforma Zoom, debido a las restricciones por COVID-19. Usando barbijo y guardapolvo protector, el juez escuchĂł a los acusados que presentaron su caso a lo largo de tres dĂas enteros a travĂ©s de una conexiĂłn a Internet que a veces resultaba inestable. Pero de repente, cuando los organismos gubernamentales estaban por presentar sus pruebas, el juez suspendiĂł el juicio, invocando posibles sĂntomas de COVID-19.
Aunque el juicio está suspendido, la erosión continúa sin cesar. En junio, hubo más corrimientos de tierras a una escala enorme y a metros de distancia de los oleoductos; esta vez, el gobierno cerró el flujo para evitar otro derrame.
Alicia Salazar, una lĂder del pueblo Siona que dirige la organizaciĂłn indĂgena Alianza Ceibo, dijo al juez: “Han sido 40 años de derrames.” Este no es el primero y claramente no será el Ăşltimo; en esta regiĂłn hay miles de pozos petrolĂferos que derraman el equivalente a 4.000 galones (15.000 litros) por dĂa, segĂşn Amazon Frontlines.
En la Amazonia ecuatoriana, se está desarrollando un ecocidio continúo perpetrado por el estado. Los derrames destruyen también las relaciones que tienen los Kichwas con su ecosistema, dado que la gente ya no puede cazar, pescar ni encontrar refugio en su selva nativa.
Ellos nos hacen recordar que la justicia social y la justicia medioambiental están estrechamente vinculadas, que los movimientos de Black Lives Matter y de la justicia climática son complementarios. Estos derrames amenazan no sĂłlo su salud fĂsica sino tambiĂ©n su bienestar espiritual que, como descubriĂł el Interamerican Court of Human Rights, está basado en una conexiĂłn Ăntima con los seres que constituyen la reserva de formas de vida más grande del planeta.
Destruir conscientemente el ecosistema del que depende un pueblo es más que ecocidio, es potencialmente genocidio. Posiblemente, a los representantes de las petroleras no les importe si el petrĂłleo termina matando a la naturaleza o a los pueblos que conviven con ella, pero a la Corte Penal Internacional (CPI), sĂ. Ahora la CPI está procesando a individuos por cometer un delito medioambiental que resulta en genocidio.
La propagaciĂłn mundial del coronavirus no fue enteramente predecible, pero el derrame sĂ. La responsabilidad sobre las acciones importa. Los responsables tienen que ayudar a los victimas, tomar los pasos necesarios para evitar el prĂłximo derrame y limpiar los rĂos y los bosques contaminados de los que todos dependemos.
Translation: Lydia Stevens